Pedanías de Sigüenza
Después de visitar Sigüenza no es extraño quedar aturdido por los numerosos y magníficos monumentos que alberga esta ciudad medieval con sede episcopal y en tiempos, universitaria. Pero Sigüenza no es sólo Sigüenza, también lo son las 28 pedanías que componen este municipio, cabeza de comarca de la Serranía de Guadalajara.
Pueblos muy diversos y llenos de contrastes
Pozancos, Imón, Ures, La Cabrera, Guijosa… pequeñas joyas rurales de la provincia; todas ellas singulares y con su propio carácter. Imón y las salinas romanas, La Cabrera y su molino papelero que fabricaba el papel para los billetes en el reinado de Alfonso XIII, Riba de Santiuste y su intacto castillo de cuento o Pelegrina, que asemeja un islote sobre el barranco del Rio Dulce, en pleno Parque Natural, hogar de rapaces y de recuerdo a Félix Rodríguez de la Fuente. Mucho tiempo y mucha historia la de estos pueblos, hoy en día prácticamente deshabitados, pues en algunos de ellos ni siquiera se alcanzan los diez habitantes.
Carabias, tiempo y calma
Estamos en invierno y ha nevado. Por aquí la nieve se deja ver cada año y no es extraño cruzarse con máquinas despejando carreteras y caminos; pero los pequeños pueblos están intactos y recorrerlos andando convierte el paseo en una aventura. En Carabias parece que el silencio habla. No hay casi viento y la nieve amortigua las pisadas. Apenas se percibe un ligero chorreo en la fuente y gotas de agua cayendo de los tejados. Medio escondida y cubierta de blanco se va apareciendo una de las Iglesias románicas rurales más impresionante de la comarca y probablemente de la región.
La Iglesia del Salvador tiene una gran galería porticada con columnas geminadas perfectamente conservadas, dos portadas en arco de medio punto, ábside y torre campanario. El color ocre de los pilares destaca entre la nieve y deja entrever las marcas dejadas por los canteros, firmas sin nombre de los que allá por el siglo XIII, tallaron con cincel y martillo y golpe a golpe columnas y arquivoltas. Hay formas geométricas, hojas de acanto y otros vegetales, algunos animales y figuras humanas. Toda la ornamentación que permite la sencillez del románico y muy al estilo cisterciense, como en Sigüenza.
Ladra un perro con eco, no está lejos ni cerca.
Al rodear la Iglesia se descubre una vista del campo blanco. En esta fachada norte dicen que también hubo pórtico, que lo hubo en los cuatro costados lo que haría de ésta una de las iglesias rurales más grandes del medievo. Suenan las campanas de los pueblos vecinos con un tintineo metálico que recuerda el sonido del chocar de martillos y cinceles. Se ha callado la fuente porque el viento empuja los caños y el agua resbala silenciosa por la pared. El perro ya no ladra y por la chimenea de una casa que hay frente a la Iglesia, se ve salir un humo blanco casi transparente. Aquí sonidos y movimientos parecen turnarse para no perturbar la calma.
estos pequeños pueblos se sitúan en el valle de Sigüenza,
entre los ríos Dulce y Salado
La vitalidad de Pozancos
Sólo 6 Km separan Carabias de Pozancos por una carretera recta que, con buen tiempo, invita a ser recorrida en bici. Hay que atravesar Ures, otra pequeña pedanía formada por unas cuantas casas, placita y fuente formando uno de los pueblecitos más simpáticos de La Serranía. Planificado o no, Ures es un modelo de buen gusto. Y al final de la carretera está Pozancos. Sin grandes pretensiones o monumentos muy llamativos, Pozancos te va cautivando según lo recorres. El pueblo discurre paralelo al Vaderas, pequeño río de los muchos que discurren por esta comarca que está cuajada de arroyos, riachuelos y manantiales.
Tras algunas calles y callejas estrechas, se llega a una plaza mayor que es sin duda el lugar de reunión del pueblo y debió de serlo así siempre, pues en ella están la fuente y el lavadero, los dos de grandes proporciones. En la fachada del edificio que domina esta plazuela, sobria y elegante cuelga el buzón de correos con su característico color amarillo girasol.
Desde la plaza, una calle sobrevuela el riachuelo y desemboca en los huertos. Aunque cubiertos de nieve, se adivinan los cercados que separan unos campos de otros y los surcos arados en la tierra esperando los nuevos brotes. El día es frío, pero en Pozancos nadie se ha quedado en casa. Tres o cuatro vecinos pasean bajo el paraguas, aunque por ahora no nieva ni llueve. Un anciano está sentado en un banco de piedra, impasible a la fría temperatura, esperando a alguno de los paseantes. Corre el agua por la fuente, el lavadero y el río y hay un agradable olor a leña. Llega de lejos la conversación entre los albañiles que restauran una casa, la nieve no les ha impedido seguir con su trabajo.
Hay algo que empuja a seguir el paseo y continuar por un camino estrecho que a veces no se separa ni un palmo del río. No hay que andar mucho para llegar a una pequeña Iglesia también románica y del siglo XIII. Es la Iglesia de la Natividad que en el S. XV recibió algún añadido gótico, aunque no ha perdido por ello el sello románico original.
El rio puede cruzarse andando por pequeños puentecillos que han improvisado los vecinos y así volver y contemplar el pueblo desde la otra orilla. Los animales están resguardados en sus cobertizos. Desde aquí, Pozancos parece un belén de esos que tienen rio con agua y motores que encienden fuentes y molinos.
Pelegrina es pura naturaleza
De nuevo en la carretera comarcal que enlaza todos estos pequeños pueblos resulta difícil decidirse por uno y el día en invierno no da para mucho más. En dirección a las hoces del rio Dulce, está Pelegrina. Las ruinas del castillo en lo alto dominan un paraje natural extraordinario. Nunca fue este castillo defensa ni fortaleza, si no residencia estival y retirada de los obispos que lo construyeron con este fin en el S. XII. Pelegrina tiene calles estrechas e irregulares que descienden por la loma del cerro que corona el castillo. La Iglesia románica de la Santísima Trinidad surge medio escondida entre las casas y es conocida por su bello artesonado mudéjar. Pero en Pelegrina lo monumental es su paisaje. Cascadas, barrancos, quejigos, encinas, enebros. No es tiempo de rutas, pero merece la pena acercarse al mirador “Félix Rodriguez de la Fuente” y admirar el vuelo del buitre leonado. Empieza a oscurecer y no habrá mejor despedida para este día que escuchar el canto del búho real, majestuoso cazador nocturno de estos parajes.
#1 Giuseppe Sanlúcar 25-01-2018 12:55
Precioso artículo. Descriptivo y poético a la vez. Enhorabuena.