Los jardines del visir
Si las bicicletas son para el verano, las sierras andaluzas lo son para el resto del año. Sobre todo, en primavera.
Es un 4 de abril muy húmedo y frío (8ºC). En Algatocín abandono la carretera Ronda-Algeciras en dirección a Genalguacil. Nombres sonoros, bereberes.
Una vez más en la sierra malagueña; una vez más entre chaparros, castaños, encinas y naturaleza… mucha naturaleza. Es temprano y apenas se oye el canto tímido de algún pájaro asustado de tanta lluvia. Ha llovido como no lo hacía en muchos años. Una carretera de montaña, sinuosa y estrecha, pero tranquila; casi solitaria. Una carretera para circular en silencio.
Las nubes, prendadas como yo del paisaje, se enredan en las copas de los árboles. Ya amarillea la aulaga y las últimas flores de almendro se niegan a abandonar sus ramas. Una bruma fría lo envuelve todo, pintando la atmósfera de una tonalidad lechosa; de un gris claro casi blanco. El agua, cayendo con fuerza por las torrenteras, recuerda (añadiendo algo de imaginación) las fuentes en los jardines de la Alhambra; yo diría que esa es su intención: reproducir los sonidos que ponen música al paisaje.
Súbitamente, a la salida de una curva surge, como una aparición, algo que recuerda a los antiguos jardines del visir: Genalguacil. Calles estrechas para protegerse del calor veraniego, de los vientos de invierno, de los viejos invasores, crean una convivencia íntima, familiar.
Arte moderno en rincones populares
Desde 1994 se viene celebrando cada dos años unos encuentros de artistas plásticos que, durante las dos primeras semanas de agosto, dan rienda suelta a su arte con el patrocinio del Ayuntamiento. Parte de su obra queda expuesta en las calles del pueblo para disfrute de sus vecinos y visitantes. Un museo vivo; un fuerte contraste entre una arquitectura popular puramente andaluza, de paredes encaladas, de ventanas y calles decoradas con macetas, de gatos curiosos y aburridos y una obra artística vanguardista. En cada esquina quedas sorprendido por una de ellas. En un rincón, en una plaza, sobre una pared y todo envuelto en un paisaje espectacular por su belleza.
María José Collado Romero lo dejó escrito en 2005, con sensibilidad y sabiduría en una de sus calles:
Entre estas sierras donde los alcornoques desnudan su corteza para vestir al hombre, donde una vegetación barroca construye catedrales de umbría y los ríos traen un himno acuoso para el placer de bestias y huertas.
Este es el enclave de un pueblo coronado por regias peñas y a sus pies, como relucientes esmeraldas, fértiles valles. Bajo una luz de estrella bienhechora calles estrechas jalonadas de arcos, sereno murmullo del agua en las piletas, evocadoras cerámicas de remotas costumbres. En los arriates hay fiebre de color, la cal semeja nieve en las fachadas, lo antiguo y lo actual entretejen sus hilos ajenos al ajetreo más allá de los montes. Ideas fecundas y decididas manos logran crear hermosos símbolos de piedra, hierro y barro, en el inicio de una cuesta, un recodo, sobre el dintel de alguna puerta el arte se funde suave con lo cotidiano. Este abrigo de rocas, la lluvia pródiga, un aire cuajado de aromas y la gente sencilla y sensible hacen posible a la magia en un lugar, hacerse poderosa.
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Pasear por Genalguacil en estos días de primavera es como pasear por los jardines de un visir; al fin y al cabo, ese es su nombre árabe Genna-Ahvacir: “Los jardines del visir”.
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José Luis Marmolejo. Abril 2013
Un sevillano en la sierra