La casa natal de Fray Leopoldo en Alpandeire
La casa natal del capuchino Fray Leopoldo en el pueblo de Alpandeire no sólo nos traslada a la infancia y juventud de este santo franciscano, sino que es además un pequeño museo etnográfico que refleja el estilo de vida propio de los pueblos de la Serranía de Ronda a finales del Siglo XIX y principios del XX.
Alpandeire es un pueblo de montaña y de valle, de peñascos rocosos y áridos y de huertos fértiles de frutales y olivos. De callejas irregulares con sencillas casitas blancas y monumental Iglesia, tan monumental que se conoce como la “catedral de la Serranía”. Es un pueblo de contrastes. Al norte, la sierra impacta por su aspecto kárstico y su color gris blanquecino; no tiene apenas vegetación y la poca que hay es áspera y dura acostumbrada a sufrir los embates del viento y la lluvia. Al sur, por el contrario, el río Genal da vida a un valle generoso.
Un pueblo de contrastes
Hoy Alpandeire está lleno de referencias a Fray Leopoldo, “el limosnero de Dios” como se conoce a este santo tan querido especialmente en esta comarca y en la ciudad de Granada donde pasó más de cuarenta años de su vida religiosa. El Beato Leopoldo nació en el pueblo en 1864 y vivió en él hasta los 35 años de edad cuando se marchó a Sevilla para hacerse capuchino. Desde niño era conocido por su bondad y generosidad. Francisco Tomás Márquez, su nombre de seglar, vivía con sus padres Diego y Jerónima y sus tres hermanos en una casita en el centro del pueblo. Se dedicaban a trabajar sus tierras de cereales y almendros y al cuidado de unas cuantas cabras. Dicen sus biógrafos que Fray Leopoldo fue siempre el campesino de Alpandeire. Austero y pobre como los peñascos de la sierra en la que pasó tantas jornadas de su juventud con las cabras, pero con una espiritualidad rica y fértil como los huertos y olivares del valle.
Una casa de campesinos
La casa familiar de los Márquez es como cualquier otra del pueblo; pensada para la vida de una familia de campesinos, aunque en ella se ha detenido el tiempo. Poco espacio para vivir porque se vive en el campo; lo imprescindible para los animales y algo de espacio para aperos y para almacenar y clasificar parte de la cosecha. El patio tiene un pequeño horno y una pila que se conserva de aquellos tiempos, donde se lavaba la familia y sus enseres. Un cuarto no muy amplio servía de hogar con chimenea, mesa y sillas. Hay platos y tazas, cubiertos y algún cazo que dan idea de la forma de vida sencilla que allí se llevaba. A la derecha una puertecita da al dormitorio donde nació Fray Leopoldo. En la planta de arriba es donde se guardaba la cosecha; se accede a este piso por una escalerilla estrecha que da a un espacio abierto con barandilla de madera hacia el patio. Según cuentan a esta terraza solía subir Fray Leopoldo a leer cuando volvía del campo. Jerónima, la sobrina de Fray Leopoldo mantiene la casa familiar limpia y reluciente, adornada con flores y frutos de la tierra; hay lavanda y tomillo en verano y macetas de geranios y gitanillas; conserva la casa ese sabor rústico y popular que ella misma transmite con sus explicaciones.
La memoria del pueblo
A pocos metros de la casa de Fray Leopoldo vive Cristobalina, dulce y delicada como su nombre. Nació en Alpandeire y conoció a Fray Leopoldo siendo ella una niña y él un fraile capuchino. Se casó y se marchó a vivir a Barcelona, pero regresó ya viuda hace algunos años. Ahora tendrá unos ochenta y una gran vitalidad. No es difícil encontrarse con ella por el pueblo, subiendo y bajando cuestas y siempre dispuesta a hablar de Alpandeire, de sus vecinos y de Fray Leopoldo. Es la memoria del pueblo, alegre y dicharachera. Su casa, calcada de la de Fray Leopoldo, aunque algo más adaptada a los tiempos es, como ella, memoria de la vida rural en los pueblos de la serranía durante generaciones.